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Un reportaje de The New York Times aborda los peligros de los periodistas que informan sobre la mafia. Unos 200 profesionales viven en Italia bajo protección policial, un caso único en Europa según las organizaciones de defensa de libertad de prensa.

“En los últimos cuatro años, Paolo Borrometi ha vivido aislado durante gran parte de sus días. Durante muchos años, no ha podido caminar por los parques o las playas de su Sicilia natal. No puede ir libremente a un restaurante, un concierto o el cine. No puede conducir un auto ni salir de compras o ir a cenar, sin guardaespaldas”. Así comienza un reportaje de The New York Times titulado “La vida (y muerte) de los reporteros que cubren a la mafia italiana” y que aborda los peligros de ejercer la libertad de prensa al sur del país, en tierra de la magia como Nápoles o Sicilia. Más de 200 periodistas viven en Italia con protección policial, un caso único en Europa según denuncian las organizaciones de defensa de libertad de prensa.

Reporteros Sin Fronteras recordaba hace poco los asesinatos de dos periodistas que investigaban a la mafia. Uno de ellos el de Daphne Caruana Galizia, la periodista de investigación de Malta que el año pasado era asesinada con un coche bomba. Caruana estaba investigando los vínculos del gobierno del país con la corrupción y la mafia. Sin ir más lejos, había participado en la investigación de Los papeles de Panamá. Meses después era asesinado el periodista eslovaco Jan Kuciak, un reportero de 27 años que había estado investigando asuntos de corrupción que, presuntamente, estaban vinculados con mafiosos italianos.

Más allá de estos dos casos, los asesinatos relacionados con el crimen organizado están aumentando en Italia. De hecho, los observadores internacionales consideran que las redes criminales son la principal amenaza para los periodistas en Europa.

“Ninguno de nosotros quiere ser un héroe o una figura prominente”, aseguraba Borrometi a un grupo de estudiantes de bachillerato en Roma, donde vive ahora. “Solo queremos hacer nuestro trabajo y nuestro deber, que es el de contar historias”.